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Aigua cristal·lina amb el Penyal d'Ifac al fons |
I
Per a Heidegger, cada estat d'ànim revela el món a una llum diferent. Però també és cert que hi ha llocs que transformen o, millor dit, són capaços d'aniquilar alguns estats d'ànims com el tedi, l'avorriment sorgit per la rutina, la manca de sorpresa. Sens dubte, un d'aquests llocs és un penya-segat penjat al mar.
El mar hi apareix com a quelcom grandiós, difícil d'abastar, que mena a allò incomprensible, que ens sobrepassa. La calma que transmet a la platja es converteix en inquietud sobre l'abisme obert a la immensitat del blau.
Inquietud. Sorpresa per la immensitat que apareix al davant. Goig, però també estranyesa. Hem buscat formes d'habitar allò inhabitable. A la natura només li cal un fenomen, un moviment, per ensorrar el món que habitem, per desfer les seguretats del que Rilke anomena "món interpretat".
II
Quan el món interpretat s'ensorra, les crides a la felicitat es manifesten il·lusòries. Apareix un sentiment que és semblant, potser, al que Camus descriu en Sísif quan baixa de la muntanya per recollir novament la roca: ¿En qué quedaría su pena, en efecto, si a cada paso lo sostuviera la esperanza de lograrlo? El obrero actual trabaja, todos los días de su vida, en las mismas tareas y ese destino no es menos absurdo. Pero solo es trágico en los raros momentos en que se hace consciente. Sísifo, proletario de los dioses, impotente y rebelde, conoce toda la amplitud de su miserable condición: en ella piensa durante el descenso. La clarividencia que debía ser su tormento consuma al mismo tiempo su victoria. No hay destino que no se supere mediante el desprecio. Si el descenso se hace ciertos días con dolor, puede también hacerse con gozo. La palabra no es exagerada. Me imagiono otra vez a Sísifo regresando hacia su roca, y el dolor existía al principio. Cuando las imágenes de la tierra se aferran con demasiada fuerza al recuerdo, cuando la llamada de la felicidad se hace demasiado apremiante, entonces la tristeza se alza en el corazón del hombre: es la victoria de la roca, es la propia roca. Una angustia inmensa es demasiado pesada de llevar. Son nuestras noches de Getsemaní. pero las verdades aplastantes desaparecen al ser reconocidas. (...) Todo el gozo silencioso de Sísifo está en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su casa. De la misma manera el hombre absrudo, cuando contempla su tormento, manda callar a todos los ídolos. En el universo que de pronto ha recobrado su silencio se alzan las mil vocecillas maravilladas de la tierra. Llamadas inconscientes y secretas, invitaciones de todos los rostros, son el reverso necesario y el precio de la victoria. No hay sol sin sombra, y es menester conocer la noche. El hombre absurdo dice sí y su esfuerzo no cesará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior o al menos no hay sino uno, que juzga fatal y despreciable. En lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en el que el hombre se vuelve sobre su vida, Sísifo, regresando hacia su roca, contempla esa serie de actos desvinculados en que se convierte su destino, creado por él, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado con su muerte. Así, persuadido del origen plenamente humano de cuanto es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha.
¡Dejo a Sísifo al pie de la montaña! Uno siempre recupera su fardo. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. También él juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin dueño no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esa piedra, cada fragmento mineral de esa montaña llena de noche, forma por sí solo un mundo. La lucha por llegar a las cumbres basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo feliz.
III
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